Nací en la ciudad de San Benito, en el departamento de Petén, hermoso país de Guatemala. Mientras crecía (en edad, no en estatura) siempre escuché cosas grandes de una tierra llamada Estados Unidos. Cualquiera podría fácilmente confundirla con la Tierra Prometida (el lugar en el que fluye leche y miel). "¿Será que algún día iré?" Solía preguntarme. "Probablemente no", concluía frecuentemente. Hace diecisiete años mis padres me trajeron aquí, y en esta semana juré defender la Constitución y las leyes de los Estados Unidos de América. Me convertí en un ciudadano de EE.UU.
Nunca había tenido una experiencia tan agradable y pacífica en una corte. El juez que ofició la ceremonia incluso compartió con nosotros que sus padres nacieron en un país diferente, que sabía lo que era estar en una familia de inmigrantes. Me conmovió. Todos los que tomaron el juramento tenían sus familias y amigos allí. Aunque yo no tenía familia presente podía sentir la presencia de Jesús a través de una paz que sobrepasa todo entendimiento. Dios estaba allí. Su sonrisa era enorme. Al final de la ceremonia, seguido de un "Felicidades", se escucharon los aplausos.
Algunos amigos y familiares también me felicitaron. Sin embargo, la palabra felicidades me hizo sentir un poco incómodo. Estoy acostumbrado a escuchar esa palabra cada vez que hago algo bueno, algo en lo cual trabajo arduamente y obtengo un logro (graduación, por ejemplo). En este caso he hecho absolutamente nada. En esa corte sentí mucha humildad porque estaba recibiendo un regalo que tal vez no merezco. Considero mi estatus legal en este país como un gran regalo de nuestro Creador, Jesús. Y por eso estaré SIEMPRE agradecido con Dios y con mi madre que han hecho muchos sacrificios para que yo reciba tal bendición.
En los últimos 5 años he viajado a Guatemala, República Dominicana, las Islas Vírgenes de Estados Unidos, y a las Islas Vírgenes Británicas. Cada vez que volvía a los Estados Unidos el funcionario de inmigración revisaba mis papeles y decía: "Que tenga un buen día, señor." Pero me di cuenta que a otros les decía, “Bienvenido a casa, señor.” ¡Esto me fastidiaba tanto porque ESTA era mi casa también! Más tarde me enteré que este saludo solamente se los dicen a los ciudadanos Americanos. El buen Dios me consolaba diciéndome, “Recuerda que tú pronto serás ciudadano de los cielos."
Lucho constantemente para ser partícipe de ese gran día de celebración en el cielo. “Será que algún día iré?” Muchos de nosotros nos preguntamos. “Probablemente no” muchos concluyen. Tal vez tenemos este tipo de pensamiento porque pensamos que tenemos que hacer algo con el fin de llegar allí. Sin embargo, permíteme recordarte que es un gran regalo de Dios, y está disponible para ti. Hoy. Ahora. Simplemente créelo y recíbelo. ¡Vamos! ¡No te rindas! ¡Ya casi llegamos!
Pronto y muy pronto vamos a sentir esa paz que sobrepasa todo entendimiento. Jesús estará allí sonriendo también, y millones de ángeles te darán la bienvenida en el lugar más increíble del universo. Todos ellos te darán la bienvenida diciendo: "Bienvenido a casa."
En Cristo,
Pastor Sergio Ochaeta.