“Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó,
y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron,
dejándole medio muerto” (Lucas 10:30).
Pareciera como si el evento fue organizado y
planeado por los bandidos de la oscuridad. Los buitres vigilaban cada paso de
los ladrones hambrientos de maldad. El viento susurraba el peligro de aquel
lugar. El camino destinado a vivir en soledad era el único testigo de la sangre
derramada, de las lagrimas consumidas por el polvo. Los gritos de auxilio eran
absorbidos por los poros de aquella tierra sedienta.
Cierto hombre valiéndose
por su propia fuerza de voluntad caminaba aquella ruta de dos vías. Una hacia
la ciudad santa y la otra a la ciudad antiguamente conocida como la Ciudad de
los Jardines. Luna es el significado de su nombre. Jericó, recordatorio de las
proezas de Dios. Sus muros de antaño desplomados a trompeta contaban su
historia de derrota. El valiente hombre, pensativo y posiblemente sin
alternativa, miraba el camino peligroso con desdén. Fijaba sus pies firmes
sobre la polvorienta tierra. Cada paso que daba iba al ritmo de sus emociones
encontradas. “¿Qué será de mí?”, me imagino que pensaba. Su necesidad lo hizo
seguir adelante manteniendo a la expectativa sus sentidos. Su atuendo describía
su estatus social. El resplandor de sus ojos denunciaban sus raíces. Cada
cicatriz en su piel y las arrugas formadas en su rostro revelaban sus
primaveras. Con prisa caminaba el hombre, con advertencia era cada paso, con
agitación retomaba su aliento.
A medio
camino ocurrió el asalto, con violencia desgarraron su presa. Imprimieron en el
rostro del hombre los puños fríos de la indiferencia. Robaron su dignidad para
tratar de cubrir su propia desnudes. Dejaron en el hombre señal de vida. Las
heridas cubiertas de tierra y resecadas por los rayos del sol describían las
maquinaciones de los bandidos. Los buitres se acercaban llenando la atmosfera
de un cantico tenebroso, la muerte comenzaba hacer sombra. El aliento del
hombre se debilitaba, sus labios partidos daban evidencia de su resequedad, y
sus ojos lentamente fueron cerrando la cortina del alma resignándose a que la
historia posiblemente llego a su final. Lo que para el hombre es sorpresa para
el enemigo es un plan meticulosamente desarrollado.
Es así el camino del ser humano. Somos victimas de
la opresión de unos y bandidos oprimiendo a otros. Gemimos por el dolor que nos
causaron, y hacemos sollozar a otros con nuestra maldad. Somos la victima y a
la vez el opresor. Somos el hombre que descendió de Jerusalén a Jericó y a la
vez el ladrón que lo asalto. Rogamos por misericordia pero nos cuesta darla.
Pedimos justicia pero no la compartimos. Somos el que quedo en el camino
desnudo y sin aliento resignándonos a morir solos. Somos el ladrón que se robo
la dignidad de otro y que puso sobre sí la indumentaria ajena. Somos viles por
naturaleza pero con un espíritu que pide ser renovado.
Somos el recuerdo que saca una sonrisa y somos las lagrimas que brotan por dolor. Somos la belleza del mundo pero somos tratados como producto de la casualidad. somos la sal, aunque algunos hemos perdido nuestro sabor. Somos imagen del creador pero preferimos la imagen del usurpador. Somos salvos siendo aun como somos pero también nos perdemos por lo que somos. Cristo nos sanó pero desperdiciamos la salud y acortamos nuestros días.
-Ptr. Javier Bonilla.