miércoles, 28 de septiembre de 2016

Entre Recuerdos y Victorias

Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto(Lucas 10:30).



Pareciera como si el evento fue organizado y planeado por los bandidos de la oscuridad. Los buitres vigilaban cada paso de los ladrones hambrientos de maldad. El viento susurraba el peligro de aquel lugar. El camino destinado a vivir en soledad era el único testigo de la sangre derramada, de las lagrimas consumidas por el polvo. Los gritos de auxilio eran absorbidos por los poros de aquella tierra sedienta.
       
Cierto hombre valiéndose por su propia fuerza de voluntad caminaba aquella ruta de dos vías. Una hacia la ciudad santa y la otra a la ciudad antiguamente conocida como la Ciudad de los Jardines. Luna es el significado de su nombre. Jericó, recordatorio de las proezas de Dios. Sus muros de antaño desplomados a trompeta contaban su historia de derrota. El valiente hombre, pensativo y posiblemente sin alternativa, miraba el camino peligroso con desdén. Fijaba sus pies firmes sobre la polvorienta tierra. Cada paso que daba iba al ritmo de sus emociones encontradas. “¿Qué será de mí?”, me imagino que pensaba. Su necesidad lo hizo seguir adelante manteniendo a la expectativa sus sentidos. Su atuendo describía su estatus social. El resplandor de sus ojos denunciaban sus raíces. Cada cicatriz en su piel y las arrugas formadas en su rostro revelaban sus primaveras. Con prisa caminaba el hombre, con advertencia era cada paso, con agitación retomaba su aliento.
       
 A medio camino ocurrió el asalto, con violencia desgarraron su presa. Imprimieron en el rostro del hombre los puños fríos de la indiferencia. Robaron su dignidad para tratar de cubrir su propia desnudes. Dejaron en el hombre señal de vida. Las heridas cubiertas de tierra y resecadas por los rayos del sol describían las maquinaciones de los bandidos. Los buitres se acercaban llenando la atmosfera de un cantico tenebroso, la muerte comenzaba hacer sombra. El aliento del hombre se debilitaba, sus labios partidos daban evidencia de su resequedad, y sus ojos lentamente fueron cerrando la cortina del alma resignándose a que la historia posiblemente llego a su final. Lo que para el hombre es sorpresa para el enemigo es un plan meticulosamente desarrollado.

Es así el camino del ser humano. Somos victimas de la opresión de unos y bandidos oprimiendo a otros. Gemimos por el dolor que nos causaron, y hacemos sollozar a otros con nuestra maldad. Somos la victima y a la vez el opresor. Somos el hombre que descendió de Jerusalén a Jericó y a la vez el ladrón que lo asalto. Rogamos por misericordia pero nos cuesta darla. Pedimos justicia pero no la compartimos. Somos el que quedo en el camino desnudo y sin aliento resignándonos a morir solos. Somos el ladrón que se robo la dignidad de otro y que puso sobre sí la indumentaria ajena. Somos viles por naturaleza pero con un espíritu que pide ser renovado.

Somos el recuerdo que saca una sonrisa y somos las lagrimas que brotan por dolor. Somos la belleza del mundo pero somos tratados como producto de la casualidad. somos la sal, aunque algunos hemos perdido nuestro sabor. Somos imagen del creador pero preferimos la imagen del usurpador. Somos salvos siendo aun como somos pero también nos perdemos por lo que somos. Cristo nos sanó pero desperdiciamos la salud y acortamos nuestros días.

 Ahora bien, recuerda que tú puedes escoger quien quieres ser. Seamos la venda que necesita el herido. Lloremos las lagrimas del abatido sabiendo que Cristo enjugara las nuestras. Seamos el hombre que a pesar de su desgracia camino con valor. Dios nos llama a recordar las murallas de Jericó, nos llama a recordar victoria y no derrota. Nos llama a caminar hacia Jerusalén, la ciudad santa, y no a Jericó, ciudad de recuerdos. Caminemos con la frente en alto, no porque nuestro ego es grande sino porque Cristo lo reemplazó cuando Él fue alzado. Vive en vez de morir. ¡Levántate! Porque todo lo podemos pues ya Cristo pago nuestro atuendo blanco.

Sé libre en Cristo.

-Ptr. Javier Bonilla.